Desmemoriado

La memoria es un animal salvaje. La mía en particular es capaz de recordar fechas y nombres de personas que no conozco con bastante precisión, pero si te conozco en persona y me dices tu nombre, no seré capaz de repetirlo.

—Hola me llamo —y aquí mi memoria se desconecta.

Es como si no lo hubiera escuchado.

Luego me suceden cosas así:

—Esto no se lo había contado a nadie —me dice con lágrimas en los ojos.

En esos casos, mi memoria indomable no recordará el evento cuando la persona que me lo contó necesite reflexionarlo.

—¡Pero cómo no te acuerdas que te dije que tengo hemorroides!
—No me lo habías contado… ¿o sí?
—Ah, me gusta tu discreción…

Pero bien que mi memoria se acordará con lujo de detalle cuando estoy ante terceros.

—No, pobre, y además tiene hemorroides…
—¿En serio?
—Sí, el otro día me lo dijo —y mi memoria, que además de ingobernable es imaginativa, agrega detalles gore como aderezo.

Por supuesto, mi memoria desalmada justamente no recuerda la cláusula de confidencialidad de semejante chisme.

Este vicio tiene, por lo menos, un karma instantáneo: tampoco recuerdo el momento en que confesé cosas inconfesables de mi persona. Eso me tiene preocupado.

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