La desdicha de ser buga

En estos días de decepciones amorosas me pregunto porque no me gustan los hombres.

Odio confesar algo tan obvio y poco escandaloso: me encantan las mujeres que lamento que me gusten tanto, siendo tan pocas los que valen la pena.

En este afán por encontrar ala mera mera, o quizás sólo porque en la variedad está el gusto, las he tenido y he probado varios extremos, 10 años mayores que yo, 10 años menores que yo, hijas de mami, solteras y hasta divorciadas; venidas y encontradas en sitios que van desde París hasta la Patagonia, o más mexicanas que el pinole, ricas desabridotas y pobres riquísimas, feas como la verruga y francamente hermosas… En Israel anduve con una guapa que no tenía más ambición que cortar manzanas en un kibutz, aquí con cuatro premios Villaurrutia. He salido con escritoras, músicos, científicas, ingenieros, filósofas, diseñadoras de gráficos, artistas plásticos, psicólogas, deportistas y con dos o tres buenas para nada. Pero es que una debe conservar ciertos principios, éticos y morales. Y después de tanto ajetreo, me pregunto porque demonios he dado tanto brinco, estando el suelo tan parejo. Previsible como el final de las telenovelas, sus reacciones caben bien en la página del Cosmopolitan: sé muy audaz y tendrán miedo, hazte el difícil y se obsesionaran contigo, prótegelas y se volverán unas niños, déjate proteger y le saldrá lo feminista.

En cambio, es todo sabido que los hombres somos igual de listos que ellas, pero más divertidos, trabajadores, responsables, sensibles, curiosos. Pienso en todas las mujeres bellas, interesantes, maravillosas que conozco, divertidas y brillantes, ¿por qué demonios no puedo enamorarme de una de ellas? ¡Sería tan lindo!

Se me ocurre que podríamos hacernos mutuamente el pedicure en el sillón de la sala viéramos una película cursi que nos hiciera llorar a moco tendido, o en las horas y horas del shopping y de probarnos trapos, y trapos sin sentir la presión de un acompañante que en el mejor de los casos tolera el asunto. Podría ser tan fácil y divertido.

Al lector(a) sensible que, ofendido, pudiera decirme: ((sin tan malos somos los hombres, deja de quejarte y atrévete a probar con una mujer)) o la guapa que quisiera ligarme, le respondo desde ahora y tristemente, a estas alturas de mi vida, lo que a pocas cosas les tenemos miedo ya sabemos que cuando uno es buga, es buga y ya se amoló. No hay más que hacer.

Ya sé que en México una relación gay no es la maravilla cursi que imagino, pero si incluso si lo fuera, la madre Naturaleza es implacable. A mí las mujeres me encantaron desde peque, o más bien desde chiquito me ha gustado gustarles. Ya a los 6 años estaba enamorado de mi vecino Mari, que entonces tenía como 27 y hoy recibe descuentos de INSEN, porque mis mujeres comenzaron naturalmente por mi madre, siempre fueron más grandes y sabían más cosas que yo, y por eso representaban un reto.

Gustarle a las mujeres me ha tenido sin cuidado: no me interesa impresionarlas ni que me admiren, ni competir con ellas, ni seducirlas. Ha de ser por eso que la maestría de la Ibero, rodeada de mujeres, me resulto tan aburrida. Ha de ser por eso que tengo tantas y buenas amigas. Al menos…

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